A veces por la mañana, antes de abrir los ojos, puedo sentir en los labios la brisa de aquella ciudad que dice ser mi hogar.
Son esos pocos segundos mágicos que me dan aliento. Esos pocos segundos que estiro, pues no sé por cuánto tiempo tendré que vivir de su recuerdo.
Al despertar todo cambia.
Es esa rutina que mata y envenena la libertad que me prometo cada día de agobio.
Es ese luchar diario por sueños que no son míos.
Son esas máscaras que he aprendido a utilizar a la perfección y que a veces no distingo de mi propio rostro.
Veo cómo dejo en el camino cada uno de mis anhelos, veo cómo se apagan las luces de Londres.
No hay nada que hacer, no hay a quien reclamar.
Esta noche, el deseo de dejarlo todo vuelve a arder en mi pecho, estuvo mucho tiempo apagado.
Esta noche nace un plan de escape, esta noche cuento días, esta noche me prometo, de nuevo.
Pronto volveré a ver tus luces y me darás toda esa libertad que al pie del Támesis me prometiste.
Pronto, y sin agradecimiento, he de devolver logros y ataduras.
Londres no te apagues.