Dejar Londres fue un shock, no quería, no fue suficiente tiempo, un mes no lo hubiera sido tampoco. Después de un desayuno apurado llegamos al Heathrow, dijimos adiós y me resigné a un nuevo destino: Hamburgo.
Al llegar, el tipo de inmigración nos hizo 5000 preguntas, pero después de un susto en el viaje de París a Londres (del que luego escribiré), ya estábamos preparadas para el interrogatorio con todas las respuestas y documentación de soporte. Esto duró unos 8 minutos que, debo decir, no fueron divertidos.
No tenía expectativas ni idea de lo que nos esperaba. Sabía que en el aeropuerto iba a estar Claudia esperando por nosotras y tenía que estar atenta a reconocerla entre la multitud, pues solo la conocía por fotos. La encontramos sin problema, sus inmensos ojos azules fueron difíciles de pasar por alto, inclusive entre el resto de alemanes.
Salimos del aeropuerto y nos llevó a conocer un poco la ciudad. Entre la Catedral, el mall, el muelle y un paseo en bote por el puerto se nos fue prácticamente toda la mañana.
Llegada la hora del almuerzo fuimos a un restaurante donde la mejor parte no fue la vista al lago, ni la deliciosa salchicha alemana que no me pude terminar, sino el mesero. Nos atendió un espécimen alemán mezclado con latino difícil de olvidar. Nuestro vocabulario alemán consistía en 2 palabras: tschüs (bye) y danken (gracias), así que supongo que no hubiéramos llegado a ningún lado con él, pero "conocerlo" no fue una molestia en lo absoluto.
Por la noche cenamos delicioso, carne de todo tipo y cerveza alemana en un lugar típico con música en vivo (ninguna banda de rock, solo algunos gorditos alemanes con acordeones y guitarras cantando canciones alegres). Debo decir que estas comidas fueron financiadas por una de las oficinas de mi trabajo en Alemania, donde aún trabaja Claudia, caso contrario no hubiera tenido nada interesante que decir al respecto.
Por la noche, la mejor parte de Hamburgo: Kiez. Una calle peatonal llena de discotecas, bares y strip clubs, en los que podías ver a las prostitutas en ropa interior asomadas en las ventanas de los pisos altos, eso es publicidad!
Entramos a uno de los tantos bares, nos sentamos y nos sirvieron unos tragos rosados, algo como una versión alemana del tequila, Claudia los llamaba “hurricane”. Aquí empezaron los momentos borrosos. No me acuerdo cuántas rondas fueron, pero luego de un rato éramos las más animadas en la pista de baile. No habíamos notado que nos habíamos convertido en el centro de atención de los alemanes que luego nos rodearon como si estuvieran viendo un show latino. Decidimos que basta de acoso, siguiente lugar y siguiente trago and so on.
La última parada fue un bar casi vacío donde encontramos un par de amigos más, la decoración era simpática y la cerveza estaba muy buena. No me acuerdo cuántas botellas nos tomamos, ni tampoco a qué hora decidimos que debíamos irnos, por la mañana salíamos a Berlín y no sabíamos ni cómo llegar a la estación del tren. Era mejor levantarse temprano.
Les dijimos a los amigos que no se preocupen por nosotras, que sabíamos el camino. La situación fue algo así como cuando un borracho te dice que sí puede manejar. Fue un error.
Poco tiempo pasó hasta que nos dimos cuenta que no sabíamos dónde #$%& estábamos! Caminamos al menos (sin exageración) 10 veces la misma calle ida y vuelta. Cuando preguntábamos por una estación del metro nos decían que ya nos habíamos pasado, caminábamos de regreso y pocas cuadras más allá cuando no llegábamos a ningún lado preguntábamos de nuevo y nos decían que debíamos regresar! WTF! Todo es borroso y no lo puedo recordar con detalle, tal vez pensamos que caminamos muchas cuadras y fueron pocas o tal vez le estábamos preguntando a la misma persona, tal vez nunca regresábamos y seguíamos de largo, es más, tal vez no era ni la misma calle. Malditos huracanes, maldita cerveza. Decidimos caminar hacia el hotel y rendirnos con lo de la estación del metro y ahora que lo pienso, no encuentro cuál era el sentido, lo más probable es que a esa hora ya haya estado cerrada.
Empezamos a caminar sin rumbo y con la esperanza de que el hotel aparezca frente a nosotras y más importante aún, que sepamos reconocerlo. Rato después se nos acercó un alemancito a decirnos que cojamos un taxi que era peligroso. Un taxi? 45 euros para ir a la esquina? Are you kiddin’ me? Obvio que al alemán no le íbamos a decir que éramos tan cheaps, solo asentimos y seguimos como si realmente fuéramos a buscar uno. No era una opción pagar 45 euros, eso era el costo del pasaje en tren a Berlín, no tenía sentido. Bueno, tal vez tenía sentido si en serio era peligroso porque nuestra salud mental probablemente cuesta un poco más que eso y creo que teníamos los pasaportes en nuestras carteras o no me acuerdo!
Según mis cálculos, que Nadya aún no cree (o no se acuerda), estuvimos unas dos horas perdidas, caminando por las mismas cuatro calles. No tengo idea de cómo identificamos el camino al hotel, no me acuerdo tampoco cuando entramos y nos acostamos a dormir. Al otro día, estuvimos a tiempo para la salida hacia Berlín porque nuestro viaje fue un conjunto de milagros que no se cómo sucedieron.
Nunca me olvidaré de Claudia, de su primo igual a ella con su novia igual a Daria la de MTV. Nunca me olvidaré de los huracanes, de la cerveza alemana ni del mesero yum!
2 comentarios:
si entrabas a un strip club tampoco lo olvidarias :P
Esa es una historia que tendremos que vivir en NY! ...
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