Una noche fría, un baño caliente y una canción triste son lo único que despeja su mente de todo lo que la agobia.
Se hace mil preguntas y esta vez no tiene ninguna respuesta.
Ella es la que sueña con tomar trenes, viajar en globo, mirar el atardecer desde los puentes y nunca dar explicaciones.
Ella es a quien no la hiere ninguna palabra, ni nada de lo que hagas. Los peores días ya pasaron y hace mucho que no ve en colores.
Ella es quien construye sus propios momentos de alegría con pedacitos de nostalgia y sonidos de guitarra.
Todos esperan mucho de ella, pero realmente no quiere dar nada, y le cuesta, le cuesta decirlo, aunque eso le quite la libertad tanto anhela. Siempre termina por alejarlos, no porque no le hagan falta, sino porque no se quiere sentir atada, a nada, a nadie, ni a ella.
Ella no sabe fingir sonrisas, no sabe fingir agrado, desprecia halagos y rechaza debilidades.
A veces le da miedo saber cómo dar felicidad, para luego solo tener que quitarla. Se esfuerza por creer que lo que busca es amor, pero sabe que se engaña. Lo ha tenido, tantas veces, en tantos ojos azules y verdes. Ha dicho tantas mentiras, y al final de todas esas historias sólo se ha quedado con un: “Eso no fue lo que yo quería”.
Quiere decir tantas cosas, pero cuando empieza, no sabe cómo explicarse. Al igual que un sueño, la vida que quiere, en palabras, se escucha borrosa. Ahora lo calla.
Nunca para de caminar, aunque no tenga ni idea de qué es lo que le depara. Pero ella sabe bien quién es y sabe de dónde viene y al final de cuentas, eso todo lo que le importa.
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