Tan rápido como el virus se apoderó de mi cuerpo, lo hizo el
miedo del resto de mi ser.
Pude mirar impotente cómo muchos de los sueños que tenía para el resto de mi vida se escapaban de mis manos.
Los niños que nunca vendrán trayendo alegría, serán reemplazados por la tristeza de la soledad.
Vivir en silencio o vivir en vergüenza.
Sólo una pregunta da vueltas en mi cabeza:
Si de verdad hay un Dios allá arriba, espero que recuerde que mi alma no está infectada.
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