Me dormí tarde, cerca de las 3am. Pensaba en lo rápido que se va el tiempo y en lo poco que cambio yo.
Me encontré en el aeropuerto, junto a mi madre, esperando un vuelo hacia Londres. Teníamos planeado pasar unos días en la casa de su hermana, luego visitar con ella París por una semana y regresar a Londres por un par de semanas más. Pero mis planes para ese “par de semanas más”, era otros, que aún no le había confesado, pues estaba buscando el momento adecuado, el cual no parecía llegar.
Después de un vuelo largo, sin mayores novedades, llegamos a Londres. Como siempre me sentí más en casa que en mi casa, que siempre se siente como el lugar equivocado. Pasamos todos los días paseando, descansando poco y caminando mucho. Mi madre no había regresado a esta ciudad desde que estaba soltera y estuvo algunos meses estudiando inglés, idioma que entendía perfectamente, pero que ahora no hablaba nada.
Llegó el día de partir hacia París, decidimos tomar el Eurostar. Me emocionaba hacer ese viaje en tren con mi madre, tanto como yo lo hice la primera vez. A ella, en cambio, parecía importarle poco, a veces me da la impresión de que lo ha vivido y lo ha visto todo, poco la maravilla o impresiona.
Luego de alrededor de 2 horas de viaje, llegamos a la Estación Central en París y me recordó aquella escena de la película de Audrey Tautou, Ensemble ces’t tout, cuando Frank corre a buscar a Camille para decirle que la ama. ¿No les pasa a veces en los aeropuertos o estaciones, que están esperando que alguien corra detrás de ustedes para decirles “lo siento, te amo, cásate conmigo”?… ¿No? A mi tampoco.
Regresando a la historia, los días en París fueron como siempre: de ensueño, porque es simplemente imposible que sea de otra manera en esa ciudad. A pesar de que todos los lugares te gritan: ENAMÓRATE, estar sola me hacía pensar más en él, pero no me importaba porque siempre lo siento a mi lado.
Cinco días en París siempre es poco, hay demasiadas cosas que ver, o mejor dicho, que vivir. De cualquier manera, estaba ansiosa por lo que me esperaba y no me molestó que se pasen tan rápido.
Al sexto día, temprano en la mañana, regresamos a Londres. En el camino decidí a decirle a mi madre mis planes reales, ella no lo tomó muy bien. “Porque recién me dices ahora y porqué te quieres ir sola”. Sin embargo, mis explicaciones, aparentemente, aunque no la dejaron feliz, la dejaron tranquila.
Al llegar a Londres les pedí que se lleven mi mochila a casa, mi tía y mi mamá tomaron un bus hacia Enfield y yo tomé el metro hacia Nothing Hill. Quería caminar sola con el propósito de calmar mis nervios por el viaje del día siguiente.
Tenía en mi billetera un boleto de Turkish Airlines junto con la alegría, la ansiedad y un millón de sentimientos que no sé describir. Sonreía al recordar las mentiras que dije a mi madre: “No te preocupes, contraté un tour y me van a estar esperando en el aeropuerto. No, no me voy a separar del grupo ni un momento. Sí mamá, lo confirmé por mail un montón de veces.” Lo cierto es que nadie estaría esperando por mí en el aeropuerto, yo creía firmemente en sus palabras: “Esta ciudad es suficientemente cosmopolita para ti, si alguna vez vienes, no vas a tener problema en encontrarme.”
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