sábado, 27 de agosto de 2011

22h13

Después de mostrarle a gritos y palabras hirientes quién realmente yo soy, sus ojos asomaron lágrimas.

Eso es lo que siempre consigo.

Eso es todo lo que sé obtener de las personas, a la perfección.

Él hablaba infinitamente muchas mentiras, porque esa es su forma de ver la vida y yo me impaciento.

Crece dentro de mí aquella persona a la que debería tenerle miedo, la que pierde los estribos.

Él no sabe que no puede herirme, cómo podría hacerlo.

Yo sé perfectamente quien soy, y lo acepto.

Con su corazón en la mano, pide más.

Sin comprender cómo puede pedir eso, yo se lo niego.

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